Rodrigo Arias Angarita y Yudi Soto tienen sufrimientos y a la vez alegrías similares. Los dos fueron víctimas de la violencia desmedida que se vivió en la década entre 1990 y 2000, en Norte de Santander. Vieron morir a muchos de sus vecinos y fueron testigos de la arremetida de los grupos paramilitares que representaron miedo y dolor en la región. Pero también, son el reflejo de la superación y el trabajo de los nortesantandereanos.
Si quieres tener acceso ilimitado a toda la información de La Opinión, apóyanos haciendo clic aquí: http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion
La esperanza, el sacrificio y el amor por su labor en el campo los mantuvo con la fe intacta de volver a su trabajo y cumplir las jornadas como campesinos, en medio de la naturaleza y de los frutos exquisitos de sus tierras.
Esos terrenos ubicados en la zona rural de Ocaña, que fueron invadidos por los actores armados del conflicto colombiano, tuvieron que abandonarlos en un abrir y cerrar de ojos, dejando los sueños y los arraigos del campo para ir a un lugar seguro, pero que no les brindaba oportunidades.
Rodrigo Arias recordó que cuando asesinaron a uno de sus amigos y supo que los paramilitares tenían una lista con los nombres de las personas que se convertirían en sus víctimas, no dudó ni un segundo en alertar a su pareja, que en ese momento estaba a punto de dar a luz a su primer hijo, para salir de la vereda Papamitos, en el corregimiento Agua de la Virgen.
La pareja se subió a un carro y tomó rumbo hacia el hospital Emiro Quintero Cañizares de Ocaña. La travesía fue inolvidable. La mujer empezó a sentir los dolores del parto cada vez más fuertes y Rodrigo solo le imploró a la Virgen de Torcoroma para que les ayudara a llegar pronto al centro médico. Precisamente, allí, los dos humildes campesinos oyeron los llantos de su primer hijo, sano y salvo, escapando del terror y las balas.
Aunque la vida para esta familia continuó en un ambiente más seguro, en Ocaña, las oportunidades de trabajo eran cada vez menos.
Rodrigo tuvo que dedicarse a la construcción y así pudo conseguir algo de dinero para el sustento, además de tener que pagar arriendo para vivir con su familia.
Este campesino tenía claro que no iba a dejar morir de hambre a su esposa y a su primer hijo, por eso, cuando creyó prudente, decidió regresar en el día a trabajar a la finca y luego de terminar su jornada, retornaba a Ocaña. Ese riesgo lo corrió durante un año.
“Uno está acostumbrado al campo, en Ocaña me tocó trabajar en construcción, pero tenía que pagar arriendo y no alcanzaba. Al verme ‘apretado’ decidí arriesgarme a ir al campo a trabajar y regresarme a Ocaña; salía las 3:00 de la mañana todos los días”, explicó Arias.
Con el proceso de desmovilización de este grupo armado, entre 2004 y 2006 se disminuyeron los hechos de violencia y así algunos campesinos empezaron a regresar a sus tierras.
En 2005, Arias y su familia retornaron a la finca La Selva y así empezaron de nuevo, arrancaron sus ilusiones y sus deseos de prosperar y de mantenerse en su tierra. Poco a poco, Rodrigo volvió a trabajar su siembra de café, a cercar y a limpiar su cultivo. Alternaba su labor también como jornalero, para empezar a recaudar fondos y para garantizar la alimentación.
La sentencia productiva
En 2012 Arias presentó la solicitud a la Unidad de Restitución de Tierras para que le devolvieran sus predios y para recibir la ayuda del Gobierno y fue cuatro años después que un juez dio la sentencia a su favor y le reconoció el derecho a la restitución.
Asimismo, ordenó que se implementara un proyecto productivo de café, por lo que la Unidad lo capacitó en el tratamiento de los cultivos, complementando los conocimientos que ya tenía Rodrigo.
El equipo profesional de Restitución de Tierras acompañó a esta familia para garantizar que se consolidara la ilusión y los esfuerzos en el nuevo proyecto de cultivar y vender café.
Bajo la estrategia de Agricultura por Contrato del Ministerio de Agricultura Arias conoció a la Cooperativa de Caficultores del Catatumbo (Cooperacafé), una empresa ocañera que le tendió la mano a los beneficiarios de restitución de tierras de la región, al comprar su café de manera directa, pagándoles el grano a un precio justo y así convertirlos como empresarios del campo, generando una estabilidad económica y una mejor calidad de vida para las familias caficultoras de la región.
Víctor Carreño, coordinador de café Don Antón, de Coopercafé, aseguró que el café que produce Arias fue analizado en la cooperativa y se determinó que es de alta calidad.
Rodrigo Arias se convirtió en uno de los mayores proveedores de café en el que programa que coordina la Unidad de Restitución de Tierras, y actualmente hasta generó empleo en su finca, a campesinos de la región, con los que mantiene el cultivo.
El regreso de Yudi Soto y su familia
El rastro de la violencia en Yudi Soto y su familia tocó más fondo. El esposo de la mujer fue asesinado en medio de la arremetida de los grupos armados ilegales en esta zona del departamento. “Yo corrí a avisarle a la profesora de la vereda y a todos que habían matado a mi papá”, confesó Yerson Cáceres, el hijo.
Tuvieron que abandonar sus tierras y dejar todo tirado, buscando un lugar seguro donde pudieran sobrellevar la situación, a pesar del dolor que dejó el retumbar de las balas en su familia.
Sin embargo, al igual que Rodrigo y su familia, los Soto retornaron a su finca y se postularon al programa de la Unidad de Restitución de Tierras y también fueron beneficiarios.
“Cuando nos entregaron las herramientas nos dio mucha felicidad. Estamos con el café que es sagrado, porque es a largo tiempo, estamos metidos de lleno y mis intenciones son sembrar al menos 25.000 matas de café a la finca”, dijo Cáceres.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en: http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion