Bajo la sombra de ‘Wilsa’, una portentosa ceiba ubicada en el parque principal 29 de mayo, no solo se resguarda de los rayos del sol los pensionados de Ocaña, sino que se esconde una historia de amor a la naturaleza.
El 6 de agosto del año 1985 el señor William Sánchez Páez, fallecido hace 3 años, con su espíritu ecológico extrajo de su vivero personal unas ceibas para sembrarlas en las zonas verdes, indica su hijo Jhon quien agarrado de la mano lo acompañaba en esas faenas ambientales.
“Mi papá era un amante empedernido de la naturaleza y tal punto que se comía una fruta y guardaba las semillas para prolongar la existencia de las plantas. Recuerdo que me trajo hasta la columna de los esclavos y como si fuese un ritual abrió el hueco y dejó la plántula sembrada”, agrega su retoño.
El árbol sin conocer las normas de la conservación del patrimonio nacional que gira en torno al monumento donde se representa el momento histórico de la abolición de la esclavitud, creció a tal punto que quitaba visibilidad y había que desterrarlo. “Fue una lucha de mi padre y los amantes de la naturaleza quienes empezaron la gran cruzada para salvar a la naciente especie”, precisa.
Durante la administración de Francisco Antonio Coronel Julio, se aprobaron unos recursos para la remodelación del escenario y necesitaba cortar todo elemento distractor en los alrededores del patrimonio cultural de carácter nacional.
Era inminente el hachazo del verdugo y de nada valía las voces de protesta de los ambientalistas quienes denunciaban un arboricidio, hasta cuando apareció el historiador Wilson Enrique Ramírez quien trabaja para su comunidad inmediata y emprendió la defensa.
“William tenía la devoción de sembrar árboles y plantó una ceiba cerca a la columna conmemorativa de la libertad de los esclavos. En el año 2001, el mandatario de la época formuló el proyecto de restauración y trajeron a un arquitecto quien determinó que por aspectos legales y estética no podía estar ahí. Con el crecimiento iba a restar visibilidad, aspecto prohibido en la norma promulgada para que la gente lo pueda admirar. Se ordenó el corte de la ceiba”, recuerda el salvador.
La gente hizo algarabía, le ponían banderas, pancartas con letreros dicientes como: ‘Me van a matar, no quiero morir’. El maestro se acordó que el alcalde fue su alumno y ni corto, ni perezoso se trasladó hasta el despacho con su espíritu ecologista por la defensa de la especie. “Por nada del mundo, vaya a cometer ese error porque deberá enfrentar la sublevación del pueblo y le bajará la popularidad. No le conviene quedar ante los ojos de los habitantes de la región como un arboricida”.
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Inmediatamente el alcalde llamó al Secretario de Obras Públicas y le recomendó buscar una solución a ese problema. “Sin embargo, al otro día el funcionario se le olvidó la palabra empeñada y le dije cumpla con lo prometido. Entonces, ordenó salvar la ceiba como fuera”, agrega el profesor Ramírez.
Asegura que brilló la luz de la esperanza con un posible traslado hacia el cerro tutelar de Cristo Rey, pero en últimas se reubicó a un costado del parque frente al club Ocaña. “Se abrieron las zanjas para dejar al descubierto las raíces y con grúas se logró trasplantar a la especie nativa. Fue algo grandioso y la bauticé como Wilsa, porque es mi hija vegetal”, afirma el escritor.
En su corteza le quedaron las marcas de los aparatos empleados para levantarla. “Está hermosa, reverdecida, muy bien cimentada y bajo su sombra descansan las personas que frecuentan la plaza parque principal”, reitera.
De acuerdo a los cálculos tiene 36 años y puede vivir cien más. “Mientras no sufran fenómenos adversos ellas se mantienen y duran mucho. Existen árboles sembrados desde principios del siglo pasado y todavía se mantienen en pie”, agregó.
Se muestra orgulloso ya que ha cumplido con el viejo adagio de sembrar un árbol, escribir un libro y concebir un hijo. “Tengo seis retoños, en los 84 años son muchas las especies trasplantadas y el libro de mayor trascendencia llamado ‘Mi historia de Ocaña’, está a punto de salir a la luz, narrada con todas las realidades ya que debemos desmitificar los acontecimientos”, agregó.
“La naturaleza es materia de preocupación en el mundo entero por el calentamiento global a raíz de la deforestación despiadada en el planeta tierra. Mire que la selva amazónica ya no es esperanza de oxigenación porque han tumbado tantos árboles que no se logra un equilibrio”, puntualizó.
El retoño
La semilla ecológica regada por William Sánchez cayó en tierra fértil y hoy se saborean los frutos de toda una vida dedicada al cuidado de la naturaleza.
Su hijo John Sánchez recuerda que su padre en el año 1985 lo llevó a esa jornada de reforestación en el parque principal.
“Hizo un semillero en el solar de la casa y cuando tenía unos 30 centímetros de alta, sembró la ceiba frente a la columna, la vimos crecer y siento orgullo al saber que está viva”, recalcó.
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También fue testigo de excepción cuando el alcalde de la época iba a reformar el parque. “Se sacrificaron muchos árboles y le brindamos protección a la ceiba. Logramos el cometido con el docente Wilson Ramírez. Cuando llego al parque principal yo experimento una alegría muy grande porque es como si estuviera mi papá, la costumbre de mirarla y abrazarla es como un homenaje a mi fallecido padre. Amaba a la naturaleza, se comía una fruta, guardaba las semillas, las llevaba al vivero, cuando estaban grandecitas, las sembraba o distribuía entre los amigos para que cumplieran con el ritual de cuidar los bosques. De hecho, yo he sembrado muchas especies, el profesor hizo la tarea muy bien con el alcalde de la época”, reitera.
El mensaje es que sembremos árboles en la ribera de los ríos, es una bendición que la misma naturaleza nos lo va agradecer y retribuir posteriormente, puntualiza el ecologista.
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