En la era digital los fantasmas solo aparecen en la mente de los adultos mayores quienes transmiten fascinantes historias a las futuras generaciones para mantener viva la tradición oral.
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En Ocaña algunos lugares encierran un hechizo especial fermentado con el paso del tiempo dejando un tinte misterioso a la vida cotidiana.
Cuentan los abuelos que a mediados del siglo pasado los espantos asustaron a profesores y estudiantes del internado en el colegio nacional José Eusebio Caro, recuerdos que perduran en la memoria de los veteranos narradores.
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La emblemática institución educativa en los 111 años de existencia ha sido escenario de múltiples acontecimientos históricos donde los protagonistas dejan huella en el desarrollo socioeconómico de la región. Los fantasmas también hacen parte de esos relatos que asustan a propios y visitantes.
En la piel de los protagonistas
Los espantos han convivido con las creencias de la gente a lo largo de la existencia humana.
Gerzaín Mina Casarán, profesor pensionado, convivió con los fantasmas hace 60 años cuando llegó del litoral pacífico y sintió la presencia de unas fuerzas extrañas en el maderamen de la institución educativa.
Procedente de Puerto Tejada nunca imaginó vivir esas experiencias fantásticas donde fue asustado como estudiantes y luego en el oficio de maestro en centenaria institución.
El muchacho, en 1963, salió hacia el baño en las horas de la madrugada. No había agua, entonces decidió bajar al tercer patio y escuchó que alguien se estaba lavando las manos. Cuando llegó al sitio nadie estaba ahí y comenzó a sentir los pasos hacia él.
Del susto armó la gritería y fue suspendido por el coordinador de disciplina.
La segunda ocasión ocurrió ya como profesor, en 1974, en instantes cuando calificaba unas evaluaciones a la medianoche y escuchó unos pasos en la madera del piso que se dirigían hacia su apartamento.
Entonces, abrió la puerta, pero no había nadie.
“Me puse grifo y corrí hacia la ventana, al frente estaba la estación de Policía y un agente me dijo qué ironía: yo con ganas de irme a acostar y usted con la cama vacía”, agregó.
Asegura que son muchas las historias vividas por estudiantes, celadores y excompañeros de trabajo.
“Un portero pasó por uno de los salones y vio en un pupitre a un alumno que había fallecido en días pasados”, agregó.
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También fue testigo del movimiento de unas ventanas por la acción del viento. “Me levanté a cerrar y cuando llegué, estaban herméticamente cerradas. En varias oportunidades se escuchó la manera como corren los escritorios de un lugar a otro”, precisa.
El pasillo de los espantos
El historiador Wilson Enrique Ramírez percibió la presencia de los espíritus en las aulas del legendario colegio. “Escuché los pasos que se acercaban a mi habitación y no era nadie. Le conté a los amigos y se burlaban, luego ellos fueron visitados”, agregó.
El maestro se dio a la tarea de investigar ese fenómeno y encontró que los espantos se manifiestan por los sentidos.
“A través del tacto, cuando va encender la luz sienten una mano ahí, otros con el sonido donde se oyen cosas como lo experimenté y también cuando se observan las siluetas. En el Caro muchos han visto en las horas de la madrugada a una niña que sale de un salón atraviesa el patio e ingresa a otra aula”, señaló.
Muchos afirman que la tecnología apagó los momentos fantásticos.
“Se dice que la energía eléctrica acabó con legendario personaje de Antón García de Bonilla y dejó de ser popular, pero los campesinos siguen contando historias ocurridas en la oscuridad. Ya nadie le da importancia y no causa impresión, pero los espantos existen”, puntualizó.
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La profesora Silvia Judith Carvajalino Ribón manifiesta que su padre estudió en ese plantel y observó a una niña vestida de blanco como si fuese para la primera comunión salir del baño en la madrugada e ingresar a uno de los salones.
Una mirada al pasado
Uno de los grandes enclaves de la época colonial fue la población de Ocaña. Una suerte de parada logística del tráfico entre Mompox, el Río Magdalena, los Llanos, la zona de Catatumbo y el sur del lago de Maracaibo. Si bien quedó aislada de las rutas de la república, tuvo al menos mayores posibilidades inventándose un efímero cable aéreo que la conectó, como antaño, con el desarrollo comercial.
Además, allí se celebró la fallida Convención Constitucional entre abril y junio de 1828, en donde quedarían evidenciadas las distancias políticas que culminarían en la conformación de los partidos políticos Conservador y Liberal.
Una de las consecuencias indirectas de ese proceso fue la construcción de un colegio de bachillerato con el nombre del ilustre ocañero José Eusebio Caro Ibáñez, uno de los ideólogos y fundadores del Partido Conservador.
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La institución educativa, con todo el aparataje de significados, se hizo en 1911 en un claustro de ladrillos quemados y verdes portalones frente de la iglesia San Francisco, sede de la Convención Constituyente, por uno de sus costados, y por el otro, con la casona inmensa de las Ibáñez, aquellas célebres hermanas ocañeras Bernardina y Nicolasa, amantes de Santander y Bolívar y madre una de ellas de José Eusebio. Es decir, un colegio rodeado de rancia estirpe histórica y miradas de personajes desde el más allá.
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