Todos los síntomas están dados. El país está a la deriva, lleno de odios, divisiones y escándalos. Hoy inicia el sexto mes del 2024 y los pronósticos no son los mejores para Colombia.
Las declaraciones del senador Wilson Arias, en las que, de manera pública y abierta, invita a los actores armados a defender este Gobierno pase lo que pase, son inconstitucionales y delictivas.
Desviar la atención pública en medio de lo que ellos han denominado “golpe blando”, que pasa por la convocatoria de la denominada “Asamblea Nacional por las Reformas Sociales”, los días 18, 19 y 20 de julio, con la que buscan agitar las masas violentas y no dejar instalar el Congreso en su período ordinario, y en un plan estructurado por tan oscuro personaje, como lo es el exfiscal general Montealegre.
Pero, ¿cuál es realmente el plan que tienen preparado? Se vienen utilizando los métodos de los cincuenta en la URSS, cuando Todorov, ideólogo ruso de la revolución, insistía en determinaciones políticas de distracción, atención y ejecución que al final dio como resultado la instalación de un régimen de caos que sólo ellos aprovecharon. Shlyapnikov comentaba: «Dadles a los trabajadores medio kilo de pan y el movimiento se desvanecerá».
Esto no es nuevo y Colombia debe estar preparada. La narrativa de distracción que se viene construyendo; alguna senadora habla de reelección, la salida trágica de la EPS SURA del sistema de salud afectando a por lo menos cinco millones de compatriotas, las imágenes crueles y llenas de violencia que nos retroceden a las peores décadas de nuestra historia en las tomas a poblaciones con afectación de nuestra fuerza pública y la sociedad civil violando los derechos humanos y el derecho de la guerra. La toma violenta de nuestra mayor “alma mater”, la Universidad Nacional y la no aceptación del cargo de nuevo rector, ya que desde allí harán las operaciones de arrastre y ataque ideológico para esparcir estas ideas por las demás sedes de educación pública del país.
No contentos con esto, la segunda parte del plan consiste en la afectación de la economía. El desplome de las rentas nacionales en 31.5 billones de pesos, la más alta en los últimos 40 años.
El recaudo tributario cayó de manera significativa en 40.89 % pues la gente desconfía de lo que viene y no quiere entregar más impuestos para que terminen en la cama de masajes de las mujeres del alto Gobierno y menos en la compra de senadores, representantes a la Cámara y altos funcionarios.
Frente a la pobre clase media y baja de este país, se robaron 380 mil millones de pesos que eran para darles agua y comida a comunidades como la de la Guajira. Se anuncian paros y manifestaciones, que, por supuesto, afectarán el aparato económico del país aún más, como el convocado el 23 de julio por los taxistas del país.
Y qué decir del derrumbamiento (chu, chu, chu), en palabras de Petro, de las prestadoras de salud y, sobre todo, de un gremio que le ha servido electoral y económicamente como el de los maestros, que ahora padecen cáncer y encuentran la muerte haciendo fila mientras esperan que los atiendan, quizás chamanes o servicios corruptos de salud.
La sangre se derrama en el territorio nacional, la inseguridad es el concepto viable que todas las municipalidades reclaman a sus gobernantes locales, la fuerza pública hace lo que puede bajo fuertes presiones, desmantelamiento de su doctrina y moral.
Se está gobernando con ideología y con rabia. ¿Dónde queda el pueblo colombiano del que tanto se ufanaron de ayudar a “cambiar”? Debemos estar alerta y como patriotas, defender nuestro país. Es de todos, lo amamos y duele lo que pasa en Colombia.