Algunos sacerdotes, sin duda de buena fe, se gastan unas homilías muy místicas y elevadas, pero la realidad es que la gente, por “ignorancia negligente” religiosa, sale de la iglesia sin entender nada y sin provecho alguno. Y ahí radica el valor de la predicación del padre Elio Said: en que sabe llegar a todo el mundo con lenguaje sencillo, poniéndole picante y humor, con lo que despierta la atención, pero en el marco de la palabra evangélica. Su verbo sacude nuestro pretendido cristianismo. Dijo, por ejemplo, que el común cree que porque la madre le prende al cuello del hijo un medallón con la imagen de la Virgen y el muchacho se lanza como un loco a hacer piruetas en una moto, eso es un acto de mucha piedad y de salvación de un accidente.
En suplática se advierte gran preparación – me informan que el padre es psicólogo y doctor en sagradas escrituras -,plática, entonces, en que la sabiduría se entremezcla con la amenidad y el mensaje certero. De verdad que hacía mucho tiempo no oía un sermón tan sabroso y tan enriquecedor y que dejara reflexiones y tareas para mejorar la vida espiritual.
Al final de la misa nos acercamos para saludarlo y felicitarlo por ese estupendo don de orador sagrado. Además, nos bendijo una imagen de San José Dormido.
Luego de estas ceremonias nos dirigimos a tomarnos unas fotos bajo la reliquia de la astilla en que quedó impresa la representación de la Inmaculada Concepción. Apelé a mi celular, lo busqué en el bolsillo del pantalón, y, ¡qué vaina!, no estaba. Me extrañé de no haberlo guardado en el bolso de mano. ¿Me lo robaron? ¿O lo dejaría en la banca en donde estábamos minutos antes? No. Ninguno de los concurrentes se dio cuenta de alguna novedad, no lo habían visto, ni nos dieron noticia alguna. Confieso que, si bien me entró alguna inquietud, tampoco me angustié demasiado pues me di ánimo pensando que son cosas materiales que se pueden luego conseguir. Repetí el consuelo de siempre: más se perdió en el diluvio. Claro que, de no aparecer, ello me implicaba un gasto inesperado.Pero, bueno….
Cavilamos y cavilamos. Y vino la iluminación: seguramente el celular se me había quedado en el taxi. Arriba en la montañano entraba la señal para nadie, pero por suerte, a mitad de la escalinata, cuando descendíamos, mi esposa llamó de su celular al mío extraviado. Y, ¡nuevo milagro!, le respondió por un segundo nuestro nuevo amigo, el Mono, el taxista que nos había traído. Alcanzó a contestar que él tenía mi celular. Ya abajo, en la carretera, el dueño de un negocio de venta de souvenirs relacionados con la Torcoroma nos permitió ver por sus cámaras cómo fue nuestra llegada allí en el taxi. No había duda; se trataba del mismo carro, y del Mono.
Ya entrando a Ocaña se restableció la señal. El Mono confirmó que el teléfono, que encontró en el asiento trasero del vehículo, estaba en su poder.
Se concertó la cita para la entrega a la entrada del hotel en donde nos alojábamos.
Fue mi esposa la encargada de recibir el teléfono y de darle al honrado taxista una justa propina.
Al chofer se le aguaron los ojos. Mi esposa es de llanto fácil, lágrima suelta. Por poco se abrazan a llorar los dos.
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