Hace 20 días se realizaron las elecciones territoriales en Colombia. Además de elegir de manera directa a los próximos gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles de las Juntas Administradoras Locales (JAL) también permitían a nuestra nación respirar, y medir que tan fuerte se han implementado las iniciativas del nuevo Gobierno.
Muchas cosas atípicas y fuera de lugar ocurrieron durante las campañas. Promesas iban y venían a los oídos de los ya cansados electores con problemáticas sin resolver, y una vez se realizaron los comicios electorales en muchos municipios de Colombia volvimos al pasado, especialmente por el sectarismo político y las acciones violentas representadas en las hogueras que se hicieron con la intención de quemar votos, que acabó en infortunadas ocasiones, con víctimas mortales.
Esta situación también sirvió como calificación al Gobierno actual, que, por obvias razones, fue derrotado y castigado. Sin embargo, no podía dejar de analizar este fenómeno recordando algunos elementos: el populismo con una “significación peyorativa” es el uso de “medidas de gobiernos populares”, destinadas a ganar la simpatía de la población, particularmente si ésta posee derecho al voto, aún a costa de tomar medidas contrarias al Estado democrático.
En sentido estricto, la democracia es un tipo de organización del Estado en el cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante herramientas de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.
Pero ¿qué se opone a la democracia? Una variedad de científicos sociales lo definen dentro de muchos aspectos, entre ellos ideologías y sistemas políticos, allí se incluyen movimientos históricos como el marxismo-leninismo, la monarquía absoluta, la aristocracia, el fascismo, la tutela de los juristas islámicos (en su forma absoluta), la teocracia, y el neofeudalismo.
Nuestro país eligió lo contrario a la propuesta equívoca nacional, pero sin desconocer que esto es tradicional de Suramérica; el “populismo latinoamericano” es una expresión polisémica que utilizan algunos especialistas, periodistas y políticos para calificar a movimientos o expresiones políticas de América Latina.
En muchos casos, la expresión es utilizada con un sentido negativo por grupos opositores en el marco de la competencia política. Según José Pablo Feinman, el término populismo fue promovido junto al término demagogia, para justificar los golpes de Estado y las políticas neoliberales de América Latina. Con ese enfoque, algunos investigadores han sostenido que quienes utilizan esta expresión, le atribuyen un sesgo derogatorio relacionado con la obtención de “clientela electoral”, con los movimientos sociales, llegando al límite de afirmar que es un modelo de Estado.
En los años noventa, diversos científicos sociales emprendieron una revisión del término populismo. Carlos de la Torre, profesor de la Universidad de Kentucky, en Estados Unidos, detectó que el concepto “populismo” no sólo era amplio sino además ambiguo. Gino Germani, Torcuato di Tella y Octavio Ianni sostienen que éste se limitaba a reflexionar la verticalidad de la relación entre los líderes carismáticos y las “masas” en términos de dominación, modernización, dependencia y desarrollo.
Enrique Dussel clasificaba al “populismo latinoamericano” en dos momentos del siglo XX. En el primero, hubo una simbiosis entre el Estado, una ideología y un movimiento que, apelando al nacionalismo, dio la reivindicación del pueblo. En el segundo, fue la negación del imperialismo que fungió como agente integrador de masas y como respuesta a la crisis de los partidos políticos tradicionales.
Hoy Colombia está ante su mayor desafío histórico: recuperar la credibilidad de las instituciones, mantener el orden constitucional, y ante todo, volver a la moral y la luz para llegar a propuestas que consoliden el sueño de los fundadores de la República.
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