Lo más asombroso de Gustavo Petro es que confunde sus sueños, sus fantasías, muchas de ellas interesantes y presentadas de manera ampulosa, por no decir grandiosa; Colombia potencia de la vida y la Paz total, son las más impactantes y sugestivas. El problema es que son un bello avión, pero sin tren de aterrizaje, producto de su aproximación a la realidad, envuelta en un vapor mágico de caudillo mesiánico, ante el cual esta, la realidad, simplemente se doblegaría. El problema es que los sueños petristas, empiezan a convertirse en pesadilla. Tenemos un presidente engolosinado con su palabra, que cree hablarle a la historia y no a sus ansiosos compatriotas y electores. Es el mesías que, desde las alturas de un balcón, predica la buena nueva. Entusiasmó a un país ávido de cambios, pero que hoy en buena medida, está defraudado, se siente engañado; basta ver el resultado de las pasadas elecciones.
Su única e irresponsable arma, ha sido un discurso apocalíptico, cómo si para atrás solo fuera una negra noche pero que él, con su verbo, haría el milagro de transformarla en potencia de vida. Actúa convencido de ser el primero, especie de Adán, con el que todo comienza; por ser el líder inspirado, que va a cambiar nuestra realidad. El pasado sería el reinado de la injusticia, del egoísmo, de la explotación y la irracionalidad; sus responsables deben ser expulsados del templo de la democracia.
El componente más delicado del discurso petrista, es la paz total. Una propuesta grandilocuente y falaz, pues parte de desconocer que el conflicto hace parte de la vida en sociedad, es su dinamizador, máxime en una democracia, donde no impera el capricho o el poder del caudillo, que impone su visión y acalla la de los demás. Su visión maniquea e irreal, le impide aceptar que la sociedad requiere el manejo social y democrático del conflicto, que se supera o transforma. Para lograrlo, se debe tener clara su realidad concreta, no teórica. De entrada, hay un hecho determinante de nuestra situación, que parece no haber sido considerado en el planteamiento presidencial, que “la guerrilla heroica” presente hace medio siglo, con su sentido y contenido político, ya no existe como tal. No logró su objetivo, la revolución, y su acción armada continuó contra un Estado que tampoco entendió los cambios. El escenario fue rápidamente ocupado por el narcotráfico, ese sí, exitoso y creciente. El resultado, que el gobierno se r
esiste a aceptar, es que la lucha antisubversiva de hace unos años, se transformó en una contra el crimen organizado; los guerrilleros de ayer se convirtieron en los narcotraficantes de hoy.
Petro parece no querer aceptar esa situación; valora, lo cual está bien, lo específico de esa violencia en territorios determinados, lo que requeriría que la negociación de la paz territorial, se amolde a esas circunstancias específicas, pero olvida o subestima, que a esas violencias las envuelve un elemento común, el narcotráfico, como su principal generador y mientras no se le encuentre solución global, mano a mano con Estados Unidos que con su demanda, lo alimenta, la paz total petrista acabará en dramas como el que ahora se vive en la costa pacífica nariñense, en Argelia y Plateado, en el Cañón del Micay, principal región productora de cocaína del país. Es el resultado de una estrategia irreal, que agrava en vez de solucionar y que de entrada, es perdedora. La simple lógica indicaría que se debería empezar por los territorios “más fáciles” y no por el más difícil, donde la derrota está cantada.
Para completar el cuadro del absurdo, la posición del gobierno frente al narcotráfico y su millonario y asesino negocio es, por decir lo menos, complaciente, envuelto en un ropaje populista. Los resultados dramáticos de tamaño error, los estamos viendo en la costa pacífica caucana. Una completa irresponsabilidad, que hasta el presidente parece reconocer.