En el juego circular del destino, cada instante muere en el pasado y nace, a la vez, en el futuro, para volverse presente y ofrecernos un refugio dónde anudar los eslabones del corazón y unir los fragmentos dispersos de la belleza.
Es el escenario ideal para percibir el umbral de la intimidad, iniciar la aventura épica de dar fuerza a las emociones buenas e ir elaborando, en paralelo, una memoria digna de ser la historia de nuestro propio milagro.
Entonces, ¿qué hacer para construir el porvenir? No abandonar nunca los ideales, ni modificar su esencia, pues son el fundamento de una lógica natural de Ser, Sentir y Saber, y el soporte genuino de la identidad.
El secreto está en conocer de qué lado está la razón, si va al frente de los sentimientos, o detrás de la medida de los sueños, en esa gran paradoja de la vida de confrontar la inteligencia con el espíritu.
El alma lo va resolviendo todo, desplegándose como mariposa en los amaneceres, o recogiendo sus colores en el crepúsculo, con la esperanza de una eternidad que sólo hace alianza con los imaginarios nobles.
Mientras tanto, el tiempo retorna majestuoso a su génesis y nosotros quedamos acá, deshojando margaritas, hasta que aprendamos a inscribir el horizonte en los ojos del recuerdo, con la misma serenidad de la llovizna.
EPÍLOGO: La razón nos permite hallar un orden intelectual sensato, pero la providencia nos enseña presentimientos bonitos y echa al aire las campanas para anunciarnos la armonía y hacernos felices en la humildad.