A diario se encarga de que su lugar de trabajo esté impecable.
Vuelta a su país natal
Una vez Venezuela empezó a vivir su fuerte crisis económica y social, en 2018 Bibi tomó la decisión de llenar sus maletas y volver a su país natal.
Sabía que debía empezar su vida desde cero, pero poco le importó un nuevo comienzo con tal de encontrar paz y estabilidad financiera. Llegó a la casa de sus abuelos en el barrio Aeropuerto, donde pasó algunos días pensando en qué podía hacer para obtener el sustento diario.
Lo primero que pasó por su cabeza fue retomar la repostería, que se le daba muy bien, pero los insumos y el consumo de gas sobrepasaban su presupuesto y sus ilusiones.
“Un día, mi tía, que es ingeniera de alimentos, me dijo que me podía enseñar a hacer yogur, que empezáramos de a poco y miráramos a ver qué pasaba”, relató.
Las primeras producciones fueron de 30 litros de yogur, compró lo que era necesario y adquirió un tanque de segunda para guardarlos. Luego dividió el producido con su tía y maestra, con el compromiso que cada una vendería 15 litros.
Tiempos difíciles
“Empecé a hablar con mis excompañeros del colegio, les dije que estaba recién llegada en Cúcuta y que vendía yogur, algunos de ellos me compraron, aunque solo fue por una o dos semanas, pero no me podían comprar cada vez que yo sacara producción, me tocó pensar en un plan B”, relató.
Su nueva opción fue tomar un bolso grande, en él guardar ocho litros de yogur y caminar por el barrio para ofrecer el producto casa a casa.
Sus hijos fueron los que más se resintieron con el cambio. Según dijo Álvarez, porque a su corta edad se vieron obligados a quedarse solos mientras su mamá salía a vender los productos.
El inclemente sol o las lluvias no fueron obstáculos para ella, sabía y tenía certeza de que, una vez hiciera clientela y se enamoraran de su producto, las bendiciones llegarían por sí solas.
Sin embargo, aún recuerda entre lágrimas los días más difíciles cuando tenía que llevar a sus hijos consigo porque las jornadas eran demasiado extensas.
“Yo les hacía juego para todo, les decía que la meta era llegar a la heladería del parque y, si se portaban bien, les compraba helado de dos bolas”, relató.