Cortos se quedan quienes atribuyen solamente a la ‘invasión’ de las drogas ilícitas en los colegios cucuteños o a las familias disfuncionales la crisis que golpea a la adolescencia y a la juventud, provocando en algunos casos violentos y mortales desenlaces.
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El artículo sobre ‘Cúcuta, sexta ciudad con más muertes (violentas) de jóvenes’, publicado en la edición dominical de La Opinión, tiene un hilo que lo ata a la Gran Encuesta Integrada de Hogares y a un análisis de la Universidad Javeriana.
Ese centro de enseñanza por medio del Laboratorio Económico de Educación hizo una evaluación sobre los ninis, población que entre febrero y abril de este año era de 2.9 millones de personas, según el Dane.
Ahí aparecen dos millones de mujeres y 984.000 hombres con edades entre los 14 y 28 años que ni estudian ni trabajan, siendo un perfecto caldo de cultivo para caer en las garras de la multiplicidad de amenazas delincuenciales y criminales que los acechan.
Para entender las razones del asesinato de ocho menores de edad este año en la capital nortesantandereana hay que poner contextos, y uno de ellos es que entre los países de la OCDE Colombia es el segundo con más ninis, superado solo por Sudáfrica, en un ranquin de 34 países.
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Y para que el Concejo, la Alcaldía y la Gobernación entiendan que estamos fallando como sociedad en brindarles oportunidades de estudio y empleo a los jóvenes, bueno es refrescarles la memoria de que nuestra tasa nini supera la media nacional.
En Colombia la medición del DANE arrojó el 26 por ciento, mientras que Cúcuta se situó en un grupo de tres ciudades, junto con Quibdó y Barranquilla, que alcanzó el 28 por ciento, el año pasado.
Al contrastar los datos, estos nos indica que entre las seis ciudades donde más muertes violentas de adolescentes y jóvenes ocurren se encuentran las capitales de Chocó, Atlántico y Norte de Santander, las mismas en que este sector de la población tiene menores opciones para salir adelante.
Al ir entremezclando lo que sucede, surge un panorama de posibles soluciones de la más variada índole. Por un lado, persistir desde lo policiaco y judicial para combatir el microtráfico, al tiempo que habría una buena alternativa de consolidarse la paz total, lo que ayudaría a desmontar una parte de esos enemigos agazapados de nuestros niños y jóvenes.
Igualmente, debe haber una unidad entre el Bienestar Familiar, la Policía de Infancia y Adolescencia y la Secretaría de Educación Municipal para enfocar el plan dirigido no solo hacia los ninis sino a todos aquellos que por múltiples problemas no han podido ingresar al colegio o la universidad.
Por su parte, Bienestar Social, la Secretaría de Desarrollo y el SENA deben poner el foco en esos adolescentes y jóvenes cucuteños que no desempeñan actividades académicas y laborales para que muchos de ellos tengan la ocasión de ser emprendedores, por ejemplo.
Otro punto básico a tener en cuenta, es la importancia que debe dársele a la educación dentro del entorno familiar a estos jóvenes.
La lógica en este asunto es que el Consejo de la Juventud debería apropiarse de levantar las banderas y ser protagonista en las gestiones de propuestas y la defensa de los planteamientos que les haga a los gobiernos municipal y departamental para que haya un plan de acción concreto y los jóvenes tengan la opción del conocimiento y del trabajo y no de la delincuencia, la cárcel y el cementerio como ocurre ahora.
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