En el barrio Alfonso López, en el corazón de Cúcuta, se esconde un tesoro de más de dos metros de longitud. No es un monumento ni una obra de arte, pero es imposible no admirarlo: se trata de la cabellera de María Marleny Martínez Chipagra, una nortesantandereana, que desde hace dos décadas no se ha dejado cortar ni un solo centímetro de cabello.
María nació en Durania, pero su historia se ha tejido en Cúcuta, donde vive en compañía de su hija, su nieto y una niña de 14 años a quien cuida. Su vida gira en torno a su largo cabello, un símbolo de identidad y orgullo que, según ella, heredó de su madre, una mujer de melena abundante y fortaleza imparable.
Con una risa ligera, comentó: “grandes deben ser mis pecados para liberarme de ellos. A este cabello lo llevo como una bendición y también como una penitencia”.
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La rutina de cuidado de María es un ritual que se repite cada semana, con una constancia que ha mantenido durante años. “Tengo un champú preferido, no cambio de producto; lo que funciona, funciona”, asegura con decisión.
Además, se aplica masajes con una creatinina natural que, según ella, fortalece su cabello y lo mantiene tan saludable que no presenta signos alarmantes de caída.
La última vez que unas tijeras se acercaron a su cabellera fue hace 20 años, un hecho que recordó como el fin de una era, el inicio de su travesía de dejarlo crecer.
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Desde febrero, sin embargo, lavar y peinar su cabellera ha sido un acto de valentía. Una caída le causó una lesión en el hombro, y ahora, cada vez que intenta llevar a cabo su meticulosa rutina de lavado, el dolor la invade.
“Me toma entre 30 y 45 minutos lavarlo, y luego me seco con una toalla, siempre a mano, con paciencia. Desenredarlo es otra historia, puede llevarme hasta dos horas. No me gusta que nadie más lo toque, es algo muy personal”, sostuvo.
Solo la niña que cuida la ayuda ocasionalmente, dividiendo el cabello en dos secciones para facilitarle el trabajo, aunque en cada lavado hay lágrimas que se mezclan con el agua.
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María, de 70 años, confesó que desde hace mucho tiempo evita soltar completamente su cabello en público. El temor de atraer miradas curiosas o, incluso, el terror de un posible “tirón” que podría dejarla calva la mantienen en alerta.
“Es extraño, pero es una realidad. Lo más loco que he hecho con mi cabello ha sido mantenerlo amarrado, porque la idea de que alguien me agarre de la coleta me da una zozobra que ni puedo describir”, admitió.
Para la nortesantandereana, su cabellera es un legado y un símbolo de libertad y resistencia. Desde pequeña, su madre le inculcó el amor por el cabello largo, un orgullo que sus hermanas también comparten, aunque ninguna ha llegado a superar el récord de María. Con una sonrisa de satisfacción, ella misma señaló: “Ninguna de mis hermanas lo ha tenido tan largo. Quiero que crezca más y ver hasta cuándo puedo manejarlo”.
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Las noches de Martínez Chipagra también tienen su propia rutina. Antes de dormir, trenza su cabello y lo recoge en un moño. Este ritual nocturno la acompaña desde hace años y le permite descansar sin que su extensa melena la incomode.
Para algunos, su cabello es un misterio; para ella, es simplemente parte de su vida, una extensión de su identidad que no está dispuesta a perder. Cuando le preguntan si piensa cortarlo, su respuesta es contundente: “No tengo intenciones de hacerlo. Lo quiero ver crecer más”.
La duranense es un símbolo de perseverancia y orgullo en el barrio Alfonso López. Su cabello es el testimonio de una vida de disciplina, paciencia y respeto por sí misma, un homenaje silencioso a su madre y un recordatorio de que a veces, los sueños se miden en centímetros.
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