Hay ocasiones en que las historias desbordan la fantasía. A pesar de esta historia ocurrida en la Cúcuta de mediados del siglo pasado, el protagonista es más famoso por sus antecedentes y andanzas que por lo ocurrido en esta ciudad. Esta crónica trasciende la región y la ciudad. El protagonista llegó a Cúcuta luego de muchas escaramuzas protagonizadas en otros pueblos del país.
Inicialmente los protagonistas fueron dos, quienes asumieron las identidades de los sacerdotes Mario Franco y el jesuita Samuel Botero. Todo empezó días antes del fatídico asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, cuando comenzó la más grande y peor época de violencia sucedida en el país.
Los dos ‘padrecitos’ aprovecharon las consecuencias de unos sucesos sobrevenidos en la población de Puente Nacional en Santander donde un año antes cuando, en septiembre de 1947, atentaron contra la vida del párroco Isaías Ardila y la autoridad religiosa castigó a esa población con la más grave pena eclesiástica al declararla “en entredicho” y a sus fieles, excomulgarlos por tres años consecutivos. A partir de entonces no hubo misas ni curas que atendieran las necesidades de las almas de los fieles del pueblo.
Ante estos hechos, nuestros avivatos protagonistas llegaron al pueblo a finales de marzo del 48 conocedores de los apuros espirituales de sus pobladores. Se hospedaron en la casa cural, confesaron a hombres y mujeres mayores en el atrio de la iglesia, pues la iglesia aún permanecía cerrada; a las mujeres jóvenes las confesaban después de las seis de la tarde en la casa cural; se dice que alcanzaron a confesar a más de cuatro mil fieles.
Durante la Semana Santa de ese año, encabezaron la procesión de la Soledad y celebraron la misa del miércoles santo. Posteriormente se trasladaron a la vereda La Capilla a bendecir una casa embrujada, con lo cual aumentó la fe y la credibilidad en el santo actuar de los sacerdotes.
El jueves santo, celebraron una gigantesca misa campal, desde el atrio, toda vez que la iglesia continuaba con las puertas selladas y para cerrar su fabulosa actuación, pronunciaron su sermón de las siete palabras en el que llamaron a la concordia y reconciliación de sus gentes, con voces y palabras divinas que les hacían entender que nada justificaba la violencia y que la paz era el verdadero camino hacia Dios y que el perdón y el olvido eran la mejor opción para ganar el cielo.
Ese día todos lloraron en un llanto colectivo de verdadero arrepentimiento; el pueblo entero estuvo presente, pues según las noticias eran más de ocho mil personas las presentes.
El sábado santo, se despidieron de todo el pueblo, llevándose no sólo sus corazones sino también sus gallinas, ovejas, terneros y altas sumas de dinero, pero quedando en su memoria colectiva, la mejor y más grande Semana Santa registrada en los anales de su historia.
Se fueron del pueblo, no porque se les hubiera acabado el permiso sino porque el sacerdote Francisco Martínez, párroco de la vecina población de Guavatá, les venía siguiendo el rastro, pues había descubierto que no eran sacerdotes, no habían sido enviados por ninguna autoridad religiosa ni tenían aprobación del arzobispo primado de Bogotá, como le habían dicho a la gente. Por ello, el obispo Ángel María Ocampo de la diócesis de San Gil y El Socorro, desautorizó todo lo sucedido y en un acto de santa ira la llamó “la Semana del Diablo”.
Semanas después, ocurrió el fallecimiento del líder Jorge Eliécer Gaitán, iniciándose una nueva etapa de violencia en el pueblo de Puente Nacional, que de nada les sirvió la quimera de los falsos curas ni del llanto del jueves santo en el sermón de las siete palabras, pues desde ese nefasto día volverían a matarse liberales contra conservadores y comunistas contra capitalistas quedando en el olvido los días de felicidad que aunque con engaños les dieron los dos ilegítimos curas.
Se tiene referencias fragmentadas sobre el destino que sufrieron estos dos individuos y aunque no están confirmadas, indicios serios mencionan que fueron aprendidos y condenados a prisión en la colonia penal de Araracuara, de donde salieron tras purgar sus penas a comienzos de los años cincuenta.
Meses más tarde, se lee en algunas reseñas en las que sólo se refieren a José Escobar y Montoy. Aseguran que su compañero de andanzas desapareció del panorama, creyéndose que murió, días después de su liberación.
A Cúcuta llegó a finales de febrero de 1953, José Escobar y Montoya, quien se presentó ante las autoridades y el público en general como el padre Jesús Naranjo Restrepo.
El falso sacerdote se presentó ante el alcalde de la ciudad Numa P. Guerrero, para informarle sobre los propósitos que le animaba los que eran de carácter humanitario y de alto sentido caritativo, lo que conmovió justamente al burgomaestre y quien incondicionalmente se puso a sus órdenes con el fin de orientarlo sobre las gestiones que se proponía, en especial las de carácter religioso pues se mostraba interesado en gestionar la adquisición de un lote de terreno con el fin de construir un establecimiento religioso, tal vez un convento o alguna otra institución que quería mantener en reserva.
El alcalde muy enfocado a contribuir con el progreso de los establecimientos religiosos, acompañó en el carro oficial de la alcaldía, al padre Naranjo en su correría por los diferentes proyectos para que se enterara de las obras que se estaban planeando por esos días, particularmente el Amparo de Niños y otras obras de no menor importancia.
Desde un principio, el alcalde notó un interés especial del padre Naranjo por tratar con los Hermanos Oblatos que habían sido contratados por el gobierno municipal para administrar el proyecto del Amparo de Niños; más tarde confesaría que afortunadamente la reunión no se dio, pues hubieran sido, muy posiblemente estafados.
Pero ¿cómo se dio la estafa? Con el argumento que tenía unos cheques en dólares, girados sobre un banco de Estados Unidos, solicitó en la casa de cambios del comerciante Alfonso Max Niño que se lo cambiara por moneda local, a lo cual accedió “por tratarse de un reverendo padre”.
Días después el chequé rebotó, razón por la cual se instauró la respectiva denuncia. El falso cura Naranjo fue aprendido en el hotel Bucarica de la ciudad de Bucaramanga y puesto nuevamente a buen recaudo.
Redacción: Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com
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