La digitalización de las finanzas no solo agilizó los pagos cotidianos, facilitó el acceso a servicios financieros y mejoró su calidad, sino que abrió nuevas oportunidades a personas, empresas y comercios que permanecían fuera del sistema. Para las mujeres, el acceso a cuentas bancarias, tarjetas de crédito y otros medios de pago había sido históricamente relegado. La carga de las tareas domésticas y de cuidado, además de la brecha salarial y demás desigualdades de género tenían también esa consecuencia.
Las fintech ayudaron a transformar ese panorama y se convirtieron en una herramienta clave para la autonomía financiera. En las regiones con oferta nutrida de pagos digitales, según el Global Findex del Banco Mundial, las mujeres tienen un 9% menos de posibilidades de caer en la pobreza y una capacidad de consumo 18,5% mayor.
Las fintech potencian la inclusión financiera, y en ese sentido, contribuyen al desarrollo de las personas. En el caso de las mujeres, también hacen su aporte a la igualdad de género.
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Pero, además, la industria fintech es un agente de cambio del otro lado del mostrador (o de la pantalla). En términos de empleo y de cultura organizacional también patean el tablero. La CAF (Banco de desarrollo de América Latina) las define como “un ambiente propicio para el cierre de la brecha de género”.
Y destaca cómo esa cualidad contribuye a un “cambio de paradigma en la cultura, la digitalización y la tecnología de los sistemas financieros, reforzando en el camino la integración económica de la población desatendida”.