Durante trece días, Rodolfo Oviedo, un vigilante informal que residía en la torre 34 de la urbanización Torres de Cormoranes, luchó por su vida en el Hospital Universitario Erasmo Meoz luego de ser víctima de un ataque sicarial frente a su residencia el pasado 5 de octubre.
Sus esfuerzos por vivir terminaron ayer, pues, cuando el reloj marcaba las 12:45 de la madrugada, los médicos de turno, confirmaron su deceso.
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El estado crítico con el que entró al centro médico, hizo que fuera necesario someterlo a intervenciones quirúrgicas, pero las complicaciones no tardaron en aparecer y conducirlo a su muerte.
El hombre fue ingresado con 5 impactos de bala, de los cuales, cuatro fueron en su rostro y solo uno en su antebrazo.
A pesar de haber pasado varios días, tal parece que las investigaciones no han avanzado, sin embargo, lo que sí quedo esclarecido -según las autoridades policiales- es que, el hecho sangriento que inicialmente dejó a dos personas heridas, iba dirigido a Oviedo, mientras que su acompañante, quien también resultó afectado, habría estado en el momento inoportuno.
El día del ataque
Eran las 10:00 de la noche, cuando se escucharon varios disparos cerca de la torre 34, justo en el parqueadero de la urbanización Torres de Cormoranes.
La tranquilidad que pregonaba entre los habitantes del lugar que aún permanecían despiertos, fue remplazada por gritos de auxilio por causa de dos hombres que quedaron tendidos en un andén.
Al parecer, cuando ambas víctimas se encontraban dialogando en este sitio, fueron abordados por dos hombres que se movilizaban en una motocicleta GN, negra.
Presuntamente, estas personas, habrían apareció de la nada y, sin mediar palabra, le dispararon en repetidas ocasiones.
El pistolero logró impactar a Oviedo en cinco oportunidades, mientras que su acompañante solo recibió un disparo en la pierna derecha.
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Tras cumplir su cometido, los agresores abandonaron el sitio y dejaron a Rodolfo Oviedo agonizando.
En silencio
Aunque la comunidad expresó su tristeza por el fallecimiento del hombre, también aseguró que esta zona prima la inseguridad y como en muchos lugares de Cúcuta y su área metropolitana “es mejor permanecer callados”.
“Aquí es mejor hacer oídos sordos. Uno nunca sabe quién lo está escuchando, por eso cuando aparecen curiosos la gente no dice nada”, dijo un residente que prefirió quedar en el anonimato.
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