En las verdes montañas del Páramo del Almorzadero, a tres horas de Cúcuta, se encuentra Chitagá, un rincón colombiano donde la naturaleza y la gente han tejido una historia fascinante alrededor del durazno. Hace 17 años, este pequeño municipio solía depender en gran medida de las plantaciones de papas, pero hoy, la historia ha cambiado. El durazno se convirtió en el protagonista de una nueva ruta económica y cultural.
Pero cultivar duraznos aquí no es tan sencillo como plantar y esperar. Estas frutas, típicas de climas más frescos y estaciones bien definidas, necesitan experimentar las cuatro estaciones para ofrecer sus frutos en plenitud. Sin embargo, en Chitagá, los agricultores han desplegado una astucia única para engañar a los árboles, haciéndolos creer que están viviendo en otras condiciones climáticas, incluso induciendo cambios de estaciones.
Los árboles frutales, originarios de China y que prosperan mejor en altitudes entre los 600 y 2.000 metros, encontraron en Chitagá un hogar excepcional. Aunque el municipio ocupa el segundo lugar en mayor altitud en Norte de Santander, los campesinos, conscientes de la crisis de la papa, decidieron abrazar la prometedora opción del durazno. Este cambio marcó un hito en la historia de Chitagá, donde la sabiduría y la adaptabilidad de su gente han transformado desafíos en oportunidades fructíferas.
El cautivador proceso de cultivo del durazno inicia con la extracción de semillas y su germinación en un sustrato desinfectado, como arena o turba. Cuando las jóvenes plántulas alcanzan el grosor de un lápiz, los agricultores llevan a cabo cuidadosos injertos con material propagado. Después de una paciente espera, estas plántulas son trasladadas a su hogar definitivo, estratégicamente ubicado entre distancias calculadas de árbol a árbol, para optimizar su crecimiento.
Durante un periodo crucial de crecimiento y preparación que abarca aproximadamente cuatro años, los agricultores aplican sus conocimientos para simular las estaciones y asegurar la producción de duraznos en condiciones no tan propicias. Realizan podas periódicas con el objetivo de deshojar y recrear el otoño; en este lapso, los agricultores muestran un cuidado y amor excepcionales hacia sus árboles desnudos. Tras el periodo natural de dormancia, las plantas son ‘despertadas’ mediante la manipulación de factores ambientales y el uso de Dormex, garantizando una floración uniforme y eficiente.
“En promedio, se espera una producción de alrededor de 200 a 250 kilos por planta durante la cosecha, aunque hay registros de plantas que han alcanzado más de 300 kilos por cosecha”, comparte Luis Roberto Carvajal, Ingeniero Agrónomo y agricultor.
El producto insignia es una combinación única de dos especies de durazno, el cual se cultiva en un espacio apto con efecto invernadero, dando lugar al durazno característico de la región.
Chitagá, que antes dependía exclusivamente de la papa, experimentó un renacimiento con alrededor de 182 productores distribuidos en 16 veredas, cultivando duraznos en 236 hectáreas de tierra con variedades como el Gran Jarillo y el Jarillo que han prosperado, convirtiéndose en el rostro de la región.
Pero, ¿qué se hace con este suculento fruto? Las familias chitaguenses desataron su creatividad, encontrando en el durazno una fuente diversa de ingresos. Desde vinos y conservas hasta mermeladas y cervezas, esta fruta inspiró la creación de una gama diversa de productos que no solo satisfacen los sentidos, sino que también han ganado renombre, como es el caso del famoso queso Chitagá de Chitalac, que se elabora a base de duraznos.
Detrás del éxito de Chitalac se encuentra un grupo invaluable de familias campesinas cuyo trabajo contribuye a la calidad de la materia prima, la leche. La iniciativa de Chitalac, además de impulsar la economía local, también ha destacado la importancia de reconocer y valorar el arduo esfuerzo de quienes participan en cada etapa de la cadena productiva.
“Cada queso Chitagá es una historia que comienza en los campos, con el cultivo de duraznos y la producción de leche”, expresó Diana Carvajal, actual líder de la empresa familiar.
A pesar del éxito de la producción de duraznos, la inestabilidad en los precios acecha como una sombra sobre los campesinos de la región, quienes enfrentan el día a día con temperaturas de hasta ocho grados. Esta dedicación al producto estrella ha sido clave para su reconocimiento, pero también es un recordatorio de las incertidumbres que persisten.
“Hay temporadas en las que una cesta de 30 kilos de durazno puede llegar a costar solo $35.000. Actualmente, la cesta está en $180.000, pero la verdad es que esto puede variar”, mencionó Nohora Liliana Villamizar, agricultora local.
Las familias campesinas, cooperativas y empresas locales se esfuerzan por llevar sus productos a diferentes mercados, regionales y nacionales. La promoción de estos productos no solo se centra en su calidad, sino también en la historia detrás de la transformación, resaltando la dedicación de los agricultores y la riqueza cultural de la región.
Ahora, en lugar de filas de camiones cargados con bultos de papa, sobresalen camiones con cajas de duraznos, destinados a mercados de Cúcuta, Pamplona, Bucaramanga, Bogotá, Medellín y la Costa Atlántica.
Dado el cambio constante del mercado y las necesidades de los campesinos nortesantandereanos, viendo la oportunidad en el suministro de duraznos, decidieron, además, incorporar la “Ruta del Durazno” en sus planes turísticos, con la ayuda de la Universidad de Pamplona, que dio origen a este proyecto.
“La ruta fue un proyecto realizado por la Universidad de Pamplona vinculando a los municipios de Chitagá, Cácota, Pamplonita, Silos y Pamplona. Estar trabajando con todo esto ha sido muy enriquecedor para mí, ya que me ha llevado a conocer muchas personas y también he adquirido mucho conocimiento sobre el páramo y sus cuidados”, indicó Yadyr Carvajal, activista del páramo y estudiante de la Universidad de Pamplona.
La "Ruta del Durazno" se inicia desde Puente López hasta Carrillo, presentando tres estaciones con emprendimientos notables y la icónica Hacienda Don Alonso. Aquí, los visitantes exploran bajo la sombra de cientos de árboles de duraznos y se encuentran cara a cara con los agricultores, quienes con destreza y amabilidad dan vida a los campos.
La Hacienda Carrillo Don Alonso, con más de 200 años, atrae a turistas por ser un desfile de productos basados en la popular fruta. Los visitantes experimentan desde la siembra hasta la procesadora, degustando almíbar, bocadillos, mermeladas y pulpa de fruta. Es un festín sensorial, una sinfonía de sabores que emanan de una tierra que ha aprendido a reinventarse.
"Actualmente, la Laguna del Salado es la principal atracción turística, junto con el páramo. Aunque la Ruta del Durazno ha sido descuidada, buscamos fortalecer su interés el próximo año. Los visitantes, en su mayoría estudiantes de agronomía y biología, disfrutan también de la visita a Puente Real, un monumento histórico nacional", señaló Fanny Roso Ortiz, guía turística del municipio.
Chitagá ha superado desafíos climáticos y transformado su economía, pasando de depender de la papa a convertirse en un referente de innovación agrícola. Las técnicas ingeniosas de los agricultores, la diversificación de productos y la destacada presencia de duraznos resaltan no solo la prosperidad económica, sino también la riqueza cultural y el incansable esfuerzo de las familias campesinas que han impulsado este cambio significativo en el corazón del Norte de Santander.
Redacción e investigación por Stephania Valero Durán
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