El balón con el que se está jugando la Eurocopa 2024 está hecho con poliéster reciclado, tinta a base de agua, fibras de maíz, caña de azúcar y pulpa de madera.
Tiene su dosis de ciencia ficción. Leo en las redes que “el nuevo esférico contiene en su interior un chip y un giroscopio para determinar el momento y las partes del cuerpo que golpean antes el balón y decidir sobre las manos y el fuera de juego”. Cuando se necesite, aclarará si un balón dudoso fue gol o se quedó en hipótesis.
El lúdico cachivache fue bautizado Fúsballliebe. Para que no se les caiga la prótesis si intentan pronunciarlo en el idioma de Shakespeare, perdón, de Franz Beckenbauer, les encimo la traducción: “Amor por el fútbol”.
Viendo ese balón da la sensación de que los futbolistas estuvieran pateando un computador que tiene pacto con el diablo… de la tecnología.
Adidas, la multinacional detrás del nuevo útil en complicidad con la UEFA, mandamás del deporte, está empeñada en que los balones sean infalibles como los papas a quien asiste el Espíritu Santo en asuntos de alto turmequé. Guardadas las desproporciones, el fútbol tiene su propio espíritu santo en minúsculas sostenidas: el balón inteligente.
Más que los balones, los infalibles serán los árbitros. Desde su intimidad electrónica, el balón “enviará una señal que transmitida por un sistema de 12 antenas ubicadas en las esquinas del campo de fútbol, a un computador, el cual luego envía, en menos de un segundo, un mensaje al reloj de pulsera usado por el árbitro”.
El juez dirá siempre la última palabra y tendrá 90 minutos para que le recuerden a su progenitora cuando se equivoque.
Recuerda el memorioso Óscar Restrepo Pérez que una metida de guayos del árbitro uruguayo Larrionda que no vio un gol legítimo de Inglaterra en el mundial de Sudáfrica, desató la fiebre por la nueva tecnología que incluye el conocido VAR. Ese gol lo vimos solo yo, tú, nosotros, vosotros y ellos. Menos él, Larrionda.
El balón inteligente está a años luz de los que nos acompañaron en nuestra infancia, cuando el río Medellín venía en Caldas. Rezo un lacrimógeno réquiem por esos balones de trapo o de periódicos de ayer. Estaban amarrados con pita para que no se desperdigaran los goles ni las ilusiones de jugar algún día en Nacional o Medellín.
Tenía cirujano plástico propio: el zapatero remendón del barrio que lo embellecía cuando se descosía de tanto recibir patadas con los pies descalzos.
No será fácil para los nostálgicos de oficio acostumbrarnos a un balón que en el futuro escogerá al mejor jugador y al autor del gol más bello del año. Y que producirá futbolistas en serie de la mano de la inteligencia artificial. A balón de trapo muerto, balón inteligente modelo 2024 puesto.
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