Hace diez años, entre junio y julio, se cumplió durante 53 días un paro campesino en el Catatumbo. Recuerdo que hoy vuelve con fuerza tras las advertencias de una comunidad que se encuentra en asamblea permanente, a la espera de que se cumplan los anuncios expuestos por el actual Gobierno Nacional.
No cabe duda de que el presidente Gustavo Petro y su gobierno tienen una deuda pendiente con esta región. Durante una asamblea cocalera celebrada en diciembre de 2022, planteó que fuera “una de las primeras regiones de la Paz Total, donde quien mande no sea el fusil, sino el campesino y la campesina”.
Pasó todo 2023 y dos meses de 2024, y esas elocuentes palabras presidenciales no se han reflejado en el mejoramiento de una realidad que sigue cargada de violencia, hostilidades, crisis alimentaria y una acumulación de problemas estructurales de vieja data que necesitan ser resueltos de una vez por todas.
Se ha escuchado la queja de que cuando Petro estuvo en la región, quedó reinando, de nuevo, una expectativa sobre la sustitución de cultivos ilícitos. Pero se fue y todo indica que hasta el momento no ha habido avance alguno.
En un departamento como Norte de Santander, que a 2022 tenía una área cultivada con hoja de coca de 42.034 hectáreas, se oye muy mal que los campesinos que tienen la esperanza de cambiar se queden esperando la inversión estatal que sigue sin aparecer, según las denuncias.
Esta preocupación debe ser atendida con la mayor rigurosidad por parte del Gobierno Nacional si realmente quiere rescatar esta rica zona de Norte de Santander de las manos de las economías ilegales y permitir que surjan nuevamente aquellos productos que pueden redireccionar el futuro hacia un tiempo sin organizaciones armadas ilegales.
Además, le corresponde al Estado no solo dar impulso a esos proyectos que resulten económicamente más atractivos que la plantación de hoja de coca, sino también ayudar a la construcción de la confianza perdida por los recurrentes incumplimientos históricos con los pequeños cultivadores.
Hay una complejidad política, social, económica, cultural y de seguridad que requiere un manejo con pinzas y una estrategia de jugador de ajedrez para que este microcosmos del Catatumbo logre, por fin, dejar atrás años de conflicto armado e imposibilidad de alcanzar el progreso, pese a ser una zona altamente rica.
Aunque los esfuerzos por las mesas desde las cuales se pretenden concretar algunas estrategias para darle una renovada oportunidad al Catatumbo, lo cierto es que todo se quedará frenado o en riesgo de afectarse si la Paz Total no se solidifica, por ser este uno de los territorios cruzados por la mayoría de los factores de violencia que existen en el país.
Ojalá este momento sea aprovechado para intentar un compromiso real hacia un Catatumbo sin coca, sin narcotráfico y sin organizaciones armadas al margen de la ley que hostiguen a la población civil y ataquen a la fuerza pública, para que la región pueda realmente dar un salto hacia la paz.
Lo cierto de todo es que no debe existir margen para que convoquen a la gente, les llenen documentos con compromisos, pero finalmente los acuerdos no terminen siendo verdaderos y los dineros para las inversiones y programas jamás lleguen.