Durante la primera mitad del siglo XX, la protección juvenil en la ciudad y en el país era una labor desconocida; la prensa local, haciendo eco de las preocupaciones ciudadanas se quejaba de las condiciones inhumanas en las que sobrevivían los jóvenes a los que tristemente se veían durmiendo en zaguanes y avenidas. Ante tal situación, el alcalde, don Numa P. Guerrero y su secretario de gobierno don Arturo Bueno Esparza, lideraron una iniciativa para que los centenares de jóvenes o pibes, como los llamaban en esa época, tuvieran acogida en una escuela-hogar de vagos o instituto de pre-orientación de menores o preventorio juvenil, toda vez que no podían ser internados en el Amparo de Niños porque ya eran muy grandecitos y tampoco ser llevados al Reformatorio de Menores porque era necesario llevar a las “costillas” un sumario y la correspondiente boleta de un juez de menores. Tampoco podían ser llevados a la cárcel de varones, ya que la admisión de menores (entonces menores de 21 años) era cosa prohibida por el llamado código de menores o sea, la Ley Orgánica de la defensa del niño y quien corría con el sumario sería el mismísimo director del recinto carcelario por permitir su ingreso.
Y no era que fueran delincuentes o bandidos, sólo tenían la mala suerte de carecer de hogar y de padres que se responsabilizaran de su subsistencia y por ende, deambulaban por la ciudad, sin Dios ni ley, a cualquier hora del día y de la noche, visitaban casas de lenocinio intentando obtener cualquier clase de ayuda que allí podían brindarles.
Con el patrocinio de la alcaldía se logró adecuar un local contiguo a la cárcel municipal donde, además funcionaba el Permanente central y la sección femenina de la misma cárcel, que por entonces estaban ubicadas en la misma manzana donde funcionaba el Asilo de Ancianos y el colegio Cúcuta, específicamente en los alrededores de la calle 12 y la avenida cuarta, en donde se acomodó una escuela intermedia entre el Amparo de Niños y el Reformatorio de Menores y que con gran acierto se puso al cuidado de los Hermanos Oblatos del Corazón Doloroso de María y el Buen Pastor, comunidad fundada en Bogotá por el antiguo sacerdote Eudista Fray Pablo del Buen Pastor, con permiso del Obispo Auxiliar Luis Pérez Hernández y ampliamente estimulado por el representante de la Santa Sede en Colombia, monseñor Antonio Samoré, quien conoce mejor la geografía patria que la mayoría de los colombianos y llamado ahora a cumplir con un alto cargo en el Vaticano. De hecho monseñor Samoré desarrolló buena parte de su apostolado en esta región de la frontera con Venezuela en la zona limítrofe entre el municipio de Toledo y la lengua de tierra de Boyacá que se extiende hasta la frontera con Venezuela, que se su honor bautizaron con su apellido: Samoré.
El 25 de febrero de 1953, aprovechando las horas de la noche donde los jóvenes serían ubicados con facilidad, fueron recogidos 35 menores “vagos” en distintos lugares de la ciudad y llevados al salón especial de la cárcel municipal, y entregados a los Hermanos Oblatos, quienes de inmediato comenzaron sus labores educativas; se rescataron así para la sociedad, 35 futuros hampones.
Al día siguiente la prensa local hizo gran despliegue del suceso en los términos que mostramos a continuación: “…en el Preventorio Juvenil, bajo la protección del Divino Niño, la popular devoción del barrio 20 de Julio en Bogotá, esos gamines aprenderán a ser útiles a la familia, a la patria, a la sociedad, y la administración Guerrero deja una obra útil a la ciudad”.
Agrega la nota periodística que “como el salón donde funciona el Preventorio es demasiado estrecho ojalá sea cierto que el Permanente Central se trasladará a otro sitio y con la sección de mujeres también se haga otro tanto ya que ésta puede funcionar anexa a la casa de las madres del Buen Pastor”.
Los Hermanos Oblatos habían llegado a la ciudad el pasado 22 de febrero, con el objeto de encargarse de la dirección del Amparo de Niños, que había sido instalado provisionalmente en la sede de la Fundación Barco, de manera transitoria mientras les hacían entrega y se trasladaran a la hacienda La Garita, esto por iniciativa de la primera dama del departamento, doña Inés de Moncada, quien además entró a zanjar unas diferencias que se presentaron entre las directivas de ambas instituciones, caso que fue referido en una crónica anterior.
Mientras se esperaba la entrega del inmueble donde se trasladarían los niños del Amparo, los Oblatos se encargaron de encausar la gestión de esta nueva institución, al parecer única en el país.
La comunidad de los Hermanos Oblatos había sido creada específicamente para ejercer la dirección de las cárceles, panópticos, reformatorios, atención de moribundos, y para enterrar a los muertos de los anfiteatros y el personal de detenidos de las cárceles en el país, algo así como los predecesores del hoy conocido INPEC.
La casa principal de esta comunidad estaba localizada en la ciudad de Bogotá, en la calle 11 No. 4E-33 en la jurisdicción del barrio Egipto, cuyo párroco Luis Jiménez, fue quien prestó su valiosa colaboración para que los miembros de esta comunidad se asentaran en Cúcuta.
La experiencia de esta comunidad estaba más que certificada, pues prestaba sus servicios encomiables en favor de los menesterosos, presos y determinada clase de delincuentes en otras ciudades como Bogotá, Cartagena, Tunja, Barranca, Chiquinquirá.
Los Oblatos siguieron manejando las operaciones del Preventorio después de la entrega de la hacienda La Garita y fuera traslado allí el Amparo de Niños.
Con gran agrado recibió la ciudadanía cucuteña la gestión de esta comunidad, prestándoles toda la colaboración posible para que ambas instituciones lograran cumplir con sus objetivos sociales tan necesarios en aquellos tiempos.
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