Aquella aguerrida indígena del imaginario popular que desafió a los conquistadores españoles y rescatada por la tribu en el municipio de Ocaña, aún no escapa de la condena impuesta a través de la historia.
Algunos mandatarios han buscado mediante las manifestaciones artísticas perpetuar la leyenda de Leonelda Hernández, levantando monumentos que han sido trasteados de lugar debido al rechazo del pueblo, pues no representa a la pujanza y valentía de las mujeres de esta tierra, asegura la vigía del patrimonio cultural, Martha Pacheco García.
Ahora, el legendario personaje enfrenta un nuevo capítulo donde los habitantes del antiguo cerro donde iba a ser ahorcada solicitaron la reubicación de la estatua ya que las directivas de la Empresa de Servicios Públicos de Ocaña, para proteger el tanque de almacenamiento de agua potable, levantaron una pared dejándola como encarcelada, indicó el vocero comunal, Carlos Emiro Coronel Vega.
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“No hay ninguna vista para los turistas y al contrario se convirtió en un escondite para los consumidores de sustancias alucinógenas”, manifestó la vecina Nelly Angarita.
Consideran que no tiene sentido mantener un monumento encerrado y recomiendan llevarlo hacia otro lugar donde la gente conozca la historia.
Con la remodelación de las escalinatas hacia el cerro tutelar de Cristo Rey, el presidente de la Junta de Acción Comunal, Álvaro Angarita López, propone reubicar la estatua en el mirador turístico para orientar a los visitantes sobre la hazaña de la indígena rescatada por la tribu Burgama en ese lugar durante la conquista.
La guerra de las estatuas
En esa lucha por figurar o dejar un legado a la humanidad los mandatarios de turno han resaltado el valor artístico para perpetuar la memoria de legendarios personajes.
En el parque de San Agustín en la década de los 90 el alcalde Luis Eduardo Vergel Prada buscó al artista Iván Lobo Urquijo para tallar la estatua de la Leonelda Hernández, la cual no cayó muy bien entre los críticos a tal punto que el ex mandatario Francisco Antonio Coronel Julio en el año 2000 encomendó a los artesanos de Barichara, Santander fabricar otra, más voluminosa y por encima de todo señalamientos procedió con el cambio.
La anterior fue llevada a la antigua estación de energía en el sector de San Fermín y posteriormente trasladada a la entrada del aeropuerto de Aguas Claras en Ocaña.
Posteriormente, asumió las riendas de la administración municipal, Luis Alfonso Díaz Barbosa, y ordenó el traslado de Leonelda hacia el cerro de La Horca, donde iba a ser ajusticiada por los españoles y rescatada por la tribu.
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Contrató al artista Gilbert Salazar para elaborar el monumento ecuestre del personaje mítico Antón García de Bonilla y lo ubicó en el lugar.
Eso solo ocurre en Ocaña, a dos cuadras donde está la columna que simboliza la libertad de los esclavos, se levantó un monumento para honrar la memoria al esclavista más grande de la historia de la región, montado en un burro porque no es un caballo, ¿qué culpa tiene el equino de las penas de su amo que recorre las calles de la villa?, se preguntó el escritor Raúl Amaya Álvarez.
Propuso que a Leonelda una nativa que le pusieron el apellido Hernández, sea llevada a las afueras de la ciudad, en la Ermita o El Mortiño, ya que no representa a la belleza ocañera como lo pretende exaltar en la letra del himno el escritor Mario Javier Pacheco García.
El imaginario popular
La leyenda narra que, Leonelda Hernández, era una joven hechicera de la tribu Búrbura, condenada en la época de La Inquisición, a raíz de sus presuntas prácticas de hechicería. Se convirtió en el símbolo de la rebeldía aborigen contra la opresión española, luego de librarse de la muerte en el Cerro de la Horca (Cristo Rey).
Hija de español e india, nació en 1634, bajo la jurisdicción del cacique Hacaritama, entre Búrburas de la Loma del Viento, actual población de González, sur del departamento del Cesar.
Se inició como aprendiz de hechicera con cuatro compañeras en Burgama. “La preciosa criolla, con piel acanelada de melocotón andaluz”, dice el historiador Manuel Canosa Rodríguez.
Con tan sólo 16 años es condenada a pasar su vida en un convento o en casa de familia responsable, lo cual fue ofrecida a Antón García de Bonilla. Pero “la identidad entre la realidad y los sueños, fundamento descartable de esas dos vidas –Antón y Leonelda-, que, si se bifurcaron, fueron paralelas hacen parte de la historia local, reiteró.
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La hermosa Leonelda no se somete a la reclusión y huye decidida a vengarse. Ella, la “rebelde, mestiza montaraz y enigmática como Don Antón, por su carácter bravío y por ser la más joven y hermosa de las brujas de Búrbura. María Mandona, María Pérez, María Mora y María del Carmen Mandón mantiene una estrecha ligazón histórica con García de Bonilla por su parecido caracterológico: una misma manera de afrontar la adversidad y la muerte.
Nunca fue atrapada ni se supo de su muerte. Aunque se presume que fue el 24 de junio de 1666 la fecha en la que por última vez fue vista con la llegada del obispo Melchor Liñán de Cisneros. Regresó con su gente por aquella misma vereda una vez rescatada por sus congéneres en el Cerro de la Horca y después de incendiar algunas casas huyeron por las montañas.
“Su edad, era de veintiséis años, de regular estatura, ojos negros, vivos y quemadores, color moreno claro, cabello negro como el azabache, su talle gentil y su donaire encantador colmaban las miradas penetrantes de aquella simpática mujer que tenía fama de guerrera, cruel y sanguinaria”, puntualizó.
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