La nueva estrategia con la que la administración municipal se propone a dar fin al fenómeno social que protagonizan los habitantes de la calle en Cúcuta, le apuesta a tres fases: dignificar a esta población, sacar del pavimento a las más de 1.200 personas que hoy deambulan sin ningún destino fijo por la capital nortesantandereana, y vincularlos a la vida productiva.
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La primera fase consiste en unas jornadas móviles que llegan a distintas comunas donde se promueve el autocuidado con duchas portátiles, servicio de peluquería, entrega de un kit de aseo personal, elementos básicos de vestuario, refrigerio y atención psicosocial.
A la par, se complementa con una caracterización, sensibilización, enganche y activación de la ruta según la necesidad de cada beneficiario.
La idea, según Juan Gene, director del Departamento de Bienestar Social de la Alcaldía, es poner a disposición toda la oferta institucional, local y nacional, a los habitantes de la calle, como el Sisbén; trámite ante la Registraduría del documento de identidad, porque en su mayoría no lo poseen; atención médica general; atención en salud mental, entre otros.
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Esta misma oferta permanecerá de manera permanente y a disposición de ellos en el Parque Lineal, dijo Gene.
La segunda fase, hace referencia al Centro de Habitante de Calle, ubicado frente a la Terminal de Transportes, que a partir de ahora se convierte en hogar de transición mientras se les realiza el acompañamiento de activación de ruta y se les brindan las garantías de derechos.
Este Centro operará como una casa de reinserción socio laboral y familiar en la que estarán entidades públicas y privadas con capacitaciones y proyectos productivos para así lograr la última y tercera fase que es la reinserción familiar y laboral. Psicólogos, trabajadores sociales, terapistas ocupacionales y líderes pares, hacen parte de esta estrategia, detalló Gene.
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El alcalde Jairo Tomás Yáñez explicó que una solución para los habitantes de la calle requiere un plan integral a largo plazo. “No es con pañitos de agua tibia que se enfrenta esta problemática, por eso nos hemos unido en convenio con el Hospital Mental Rudesindo Soto”.
Desde comienzo de año de activaron las rutas en salud general, salud mental, aseguramiento, entre otras, que hacen parte de las necesidades de esta población. Mientras el Hospital los acoge en el proceso de desintoxicación, nosotros los apoyamos una vez salen de allí para que su retorno a la vida sea menos traumático, dijo Yáñez.
Carta de un habitante de la calle
Tras graduarse de la Escuela de Pares, Diego Armando Orejuela, 30 años, y ocho compañeros más hacen parte del grupo interdisciplinario que trabaja en los tres espacios creados por parte de la Alcaldía Municipal y el Hospital Mental Rudesindo Soto, para atender la situación de habitante de calle que enfrenta la ciudad.
“Yo arranqué fumando cigarrillo. Tenía 13 años. En las mañanas estaba en el colegio cursando séptimo y en las tardes estaba en el barrio jugando pool. A los 14, probé la marihuana por primera vez, un “amigo” me invitó a ver al Cúcuta Deportivo en el Estadio General Santander, y me dio un plon. Todavía recuerdo lo que sentí y todavía me arrepiento de haberlo aceptado. De la marihuana seguí con el perico, después el bazuco y de ahí llegué a la heroína. Entre una droga y otra pasaron 14 años, diez ciudades y más de nueve ollas.
Viví con mi papá y mi hermano en el barrio Cúcuta 75 hasta que empecé a robarlos. Mi papá es pastor de una iglesia cristiana (en la que yo servía en el púlpito y cantaba) y a mí se me hacía fácil sacar sus trajes de servicio y venderlos en el segundazo del Parque Lineal. Me daban 20 mil o 30 mil pesos por el traje completo y con eso tenía para comprar droga. A los 19 años decidí no volver a la casa y vivir en las calles, quería ser independiente, no tener una autoridad, sentirme libre y asumir las consecuencias.
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En sus intentos por rescatarme, mi papá me envió a donde familiares en Barranquilla y en Cali. También estuve en Pereira, en Medellín y en Villavicencio, no me pregunte por barrios, pregúnteme por ollas. Conocí La Isla, La Minorista, La Churria, La 01. Caí muy bajo. Robé a mis tíos, a la gente en la calle, esa necesidad del vicio lo enceguece a uno. Tuve que tocar fondo, ver morir a mis parceros y sentir el mal del mono (síndrome de abstinencia que paraliza todo el cuerpo) para reaccionar. El primer intento de resocialización fue en Villavicencio y el segundo y definitivo, acá en Cúcuta.
Eso fue en agosto de 2021. Quince días antes ya le había dicho a mi papá que quería cambiar y le había empezado a pedir a Dios que me diera la fuerza de voluntad, desde pequeño he sido conocedor de la palabra y confiaba en que podía salir de eso.
Reunimos los papeles y llegamos al Hospital Mental Rudesindo Soto, eran las diez de la mañana. Tenía miedo porque no sabía a qué me enfrentaba; en el proceso me entró la ansiedad y quise salirme a los 20 días. Por fortuna, cumplí el mes del tratamiento y desde entonces ya han pasado 22 meses en los que he dado negativo en los tóxicos. Más de un año sin consumir”.
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Para mí esto es un logro grandísimo. Mi vida dio un giro por completo y todos los días le agradezco a Dios por eso. Volví a vivir con mi papá y mi hermano, recuperé mi autoestima, los sueños que alguna vez abandoné. Empecé a estudiar en la Escuela de Pares donde nos capacitan a habitantes de calle resocializados para ayudar a otros y ahora trabajo con la Alcaldía de Cúcuta y con el Hospital Mental en el proyecto de Autocuidado. Conseguí mi primer trabajo con el Estado y de verdad que estoy muy agradecido por esta oportunidad”:
Escuela de Líderes Pares
Diego hace parte de un grupo de nueve personas que anteriormente vivían en condición de calle y quienes tras cumplir satisfactoriamente su proceso de resocialización en el Hospital Mental Rudesindo Soto, ingresaron a la Escuela de Pares para ayudar a otros habitantes de calle. “Fue un proceso de seis meses en los que les brindamos la orientación necesaria para hacerles el acercamiento psicosocial. Primero identificamos sus perfiles, sus habilidades sociales y los orientamos a construir ese proceso de comunicación”, detalló la psicóloga Lucero Fernández.
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